Por las épocas del mundial de Brasil
Mi obsesión por llegar a Ilha Grande rompió todo tipo de fronteras: desde los pantanos de Cuiabá, en Mato Grosso, tomé un bus rumbo a Goiânia, la ciudad que alberga al Goiás Esporte Clube, equipo finalista de la Copa Sudamericana de aquél 2010.
Fue un recorrido de 26 horas, incluyendo 12 sin aire acondicionado. En ese calor estrepitoso — consolado por el sabor de la ‘pamonha’ y contrastado por los conocimientos ancestrales de una ‘velinha’, que me enseñaba a preparar recetas para la piel con patas de gallinas— recordaba las palabras de mis amigos. Me preguntaban por qué iba allá.
— Mindfulness, respondí con vehemencia.
Sin embargo, esas ganas de conciencia se disipaban con el movimiento de un bus que tosía y roncaba, además de transpirar constantemente por más de un día.
Fue un viaje duro.
El recorrido continuaba yendo al aeropuerto de Goiânia y tomar un vuelo rumbo a São Paulo. Luego, desde el aeropuerto de Congonhas, otro vuelo en la noche rumbo al aeropuerto Galeão, en la bella Río.
De Rio de Janeiro a Conceição de Jacareí
Los blogs de Lonely Planet indican que hay dos maneras para llegar a Ilha Grande desde la Rodoviária de Rio:
La primera es tomar un bus en la madrugada rumbo a Mangaratiba y de allí ir al puerto de esta ciudad y tomar uno de los pocos barcos hacia Ilha Grande.
La segunda, es tomar un bus, también en la madrugada, hacia Angra dos Reis y seguir las mismas instrucciones de la opción anterior.
No obstante, estas instrucciones no incluyen la opción de tomar el mismo bus de la empresa Costa Verde hacia Angra, bajarse en Conceição, en medio de la carretera, y caminar hacia el mini puerto de este lugar para después tomar un ‘navio’.
Pues bien, mi suerte fue guiada por esta última opción gracias a un surfista llamado Jonas que me encontré en el bus. Fue fácil seguir sus instrucciones y movimientos, pues él vivía hacía mucho tiempo en esta isla tan fantasiada y recomendada por muchos brasileros.
De Conceição de Jacareí a Abraão
Según Jonas, el recorrido más sencillo, económico y aventurero para llegar a Abraão, una de las lindas playas en Ilha Grande, es tomar un bote rústico y ancestral que se para todas las mañanas, a eso de las 7:00am, en el puerto de Conceição. El precio por recorrido es de 20 reales; sin embargo, una que otra ‘xavecada’, expresión popular en portugués que hacer referencia al coqueteo, puede hacer que el precio por pasaje baje a 17 reales.
Al entrar a este bote y mirar un azul sin fin con uno que otro rayo naranja, producto del imponente océano Atlántico y del alba carioca, basta con sentir, disfrutar y esperar. Disfrutar de una brisa cálida adornada por los pregones de Natiruts, aquella banda de reggae que parece más carioca que de Brasilia. En términos musicales, los sonidos de esta banda, especialmente los de su acústico, transportan inmediatamente a la tranquilidad del mar y hacen que el recorrido tenga un sabor especial.
Una vez el bote llega, la opción es buscar el Hostal Che Lagarto o escoger aleatoriamente una de las muchas hospederías ofrecidas en este paraíso terrenal. Se pueden encontrar muchas otras opciones. No obstante, muchas veces el afán obliga a escoger la más apropiada para aprovechar el día entero.
Si su pasada por Ilha Grande es rápida y de pocos días, como la mía, la mejor manera de recorrer los lugares más famosos y llamativos, es con Jerónimo, un argentino que ofrece un hippie tour (por no llamarlo city tour, a propósito de las palabras de Leila Guerriero) en su pequeño bote, junto a su esposa austriaca y su perro.
Jerónimo no se deja llevar por itinerarios ni por rutinas. Su conocimiento parece ancestral. Automáticamente lleva a sus acompañantes a la Lagoa Azul, para luego pasar por Aventureiro y finalizar en las Playas de Lopes Mendes. Allí, como por arte de magia, se perderá por una hora y media, y después llamará a su grupo para ofrecerles un hermoso almuerzo preparado por él mismo:
Pollo a la parmesana, chinchulines, berenjenas asadas, arroz y verduras al vapor. Todo preprarado a la orilla del mar y a la leña.
Más allá de sus historias en la isla, Jerónimo, con mucha emoción y ahínco, le transmite a sus acompañantes algo sencillo, pero que siempre lo ha caracterizado:
— Chicos, recuerden, la comida siempre debe hacerse con el corazón. Siempre.
Luego, para celebrar esa increíble afirmación, ofrecerá una capirinha tradicional con ‘pinga’ 51.
Viajar a Ilha Grande, hacer un recorrido de más de 30 horas, cometer tremenda locura para tener un sólo día de regocijo, valió la pena gracias a esta serie de acontecimientos. Más allá de las lindas playas —eso sí, incomparables con las de San Andrés— este tipo de lugares es bosquejado y construido emocionalmente por la gente. No hubo ‘mindfulness’, pero sí experiencias, como esta, con personas.
Con esa emoción, tomaba mi bus de vuelta aquél sábado 28 de junio a las 7:30am, rumbo a Rio de Janeiro, para vivir, mientras escuchaba los pregones de Cidade Negra con ‘Solteiro no Rio’, lo que sería, después, el recuerdo más emocionante que tengo de la historia de la selección Colombia.
2-0 a Uruguay en el Maracaná.
Y el gol de James.
Ese día, después de las 7 de la noche, todo se esfumó de mi cabeza.
Todo.
* Foto cortesía Dayane Bortoleto